Eclesiastés 1:18 TLA Lo cierto es que cuanto mucho más sabes, mucho más padeces; cuanto mucho más un individuo está llena de conocimiento, mucho más está llena de inconvenientes.»
Versículos de la Biblia sobre la paciencia y aguardar en Dios
Salmo 27:14
Espera en Señor; Esfuérzate y anima tu corazón; Sí, espera en Jehová.
El singular mensaje del Nazareno
Pero es primordial destacar un punto que exhibe la singularidad del mensaje de el nazareno, que desea ir aparte de querer al prójimo como a nosotros. ¿Quién está a la vera de Jesús? No es mi amigo, ni el que está junto a mí, junto a mí. Cerca de Jesús están todos a los que me acerco. Da igual su origen o su condición ética Basta humano
La parábola del buen samaritano es simbólica (Lc diez,30-37) A la vera del sendero yace un pobre, medio fallecido, la víctima de un hurto. Pasa un sacerdote, quizás tarde para el servicio en el templo; También, pasa un levita que se apura a realizar el altar. Los 2 se vuelven y «pasaron por metro». Pasa un samaritano, hereje de los judíos; “Él lo resguarda y tiene compasión de él”, cura sus lesiones, lo transporta a la posada y le deja todo cuanto adquirió antes de irse, considerablemente más lo que precisa.
El Dios bíblico
Entre las peculiaridades del Dios bíblico es su clemencia, por el hecho de que sabe que somos débiles y fugaces “como las flores del campo; un soplo de viento y dejamos de existir” (103,15). No obstante, jamás deja de querernos como hijos y también hijas amados y de compadecerse de nuestras debilidades morales.
Entre las características escenciales de la imagen de Dios que el Profesor nos comunicó fue exactamente su sin límites clemencia. No basta para él ser bueno. Debes ser misericordioso. La parábola del hijo pródigo ilustra esto con extraña inocencia humana. El hijo se escapó de casa, dilapidó su herencia en una vida disoluta, y de pronto, extrañando su hogar, decidió regresar. El padre aguardó bastante tiempo a que regresara, viendo en la última curva del sendero para poder ver si aparecía por allí. Y hete aquí, un día, “de lejos”, como afirma el artículo, “el padre vio a su hijo y se conmovió, corrió a su acercamiento y lo abrazó, colmándolo de besos” (15,20). Es el cariño supremo que se transforma en clemencia. Él no te culpa de nada. Es suficiente con que haya vuelto a casa de sus progenitores. Y, lleno de alegría, le preparó un enorme banquete.