?Naturalmente estoy aquí por el hecho de que alguien pensó en mí. Estoy aquí por el hecho de que me sentí bien al comienzo, singularmente con el conjunto, y pues finalmente tengo algo de motivación. ¿Y por qué razón deseo el confort del resto? ?Comunicar con la multitud que desea llevar a cabo las cosas que amo??
El día de hoy el Evangelio empieza con una pregunta central: “Y le afirmaron: – ¿Quién eres? A fin de que tengamos la posibilidad ofrecer contestación a los que nos mandaron, ¿qué afirmas de ti?». Todos deseamos entender quiénes somos. En ocasiones nos preguntamos lastimosamente. En otras ocasiones aguardamos a que otros nos lo resuelvan. En ocasiones tapamos el tema, por temor, por desgana. Pero en el fondo, a todos nos agradaría tener claro qué decir de nosotros. Nos agradaría conocer cuál es el sentido de nuestra vida, cuál es nuestro sitio, a quién pertenecemos, cuál es el misterio de nuestro corazón. Le preguntan a Juan pues no comprenden su historia, lo que hace, lo que afirma. Pues no encaja en un molde. No comprenden tus señales y desean ordenarte a fin de que estés relajado. ¿Cuál era tu verídica misión? El evangelio no charla de la aparición de un ángel a Juan durante su crónica. Tampoco afirma que recibió una señal de lo prominente. Sus progenitores la han recibido. Lo recibió de sus progenitores. En ocasiones son el resto quienes nos detallan quiénes somos. Nos charlan del amor de Dios y de la predilección de Dios por nuestras vidas. De esta manera fue con Juan. Toda la familia era depositaria del inmenso amor de Dios por su pueblo. Zacarías, Juan y también Isabel. Pienso en la unidad entre ellos, en su cooperación, animándose, apoyándose en el momento en que quizás sus esperanzas se desvanecen. Creían en el momento en que pasaban los días y no pasaba nada. Le contarían a Juan frecuentemente sobre la visita del ángel a Zacarías. Los meses de embarazo en que el padre continuaba mudo. La visita de María embarazada y su salto de alegría al sentir la presencia del Señor. La admiración de Isabel por aquella mujer llena de fe que dejó su tierra solo para asistirlos, sin meditar en sí. Juan creyó en sus progenitores, en Zacarías y en Isabel y renunció a buscar su sendero y abrazó como propio el sendero que Dios le había sugerido. Pero, ¿de qué manera saber bien el sendero? ¿De qué forma transcribir el sendero a continuar? Juan debió ir al desierto. Busca en la soledad. En tantas ocasiones procuramos nuestra misión. Tropezamos en pos de un espacio perfecto para sentirnos completados y lograr la paz. Nos sentimos identificados unos con otros. Pero todos deseamos entender nuestra singularidad, nuestra aportación, lo que somos, lo que consigue nuestra vida. En ocasiones procuramos un espacio que solo existe en nuestros sueños y fantasías. Un espacio diferente al que poseemos. Una historia novelada sobre nuestra vida. Pero no es verdadera. Y olvidamos que este sitio amado por Dios es nuestra vida como es el día de hoy. La alegría radica en llevar a cabo de nuestra vida nuestro sendero de realización. Juan nos enseña de qué forma llevarlo a cabo. Procuró en el desierto y halló el sentido de su historia al lado del Jordán. Tu actitud nos enseña de qué forma se puede vivir dándolo todo. Él nos enseña su amor obediente. La humildad de ser hijo y ofrecer siempre y en todo momento paso a Dios. Enséñanos a aguardar el Adviento, a realizar de la vida un Adviento continuo, intentando encontrar, aguardando, deseando, no contentándonos con lo que poseemos, deseando siempre y en todo momento mucho más. Él nos enseña el sendero para hacernos pequeños, dando paso al único que salva. El único que tranquilidad El único que consuela. Nos enseña a no opinar en nada. Juan aguardó prestando asistencia a otros a aguardar; se preparó prestando asistencia a otros a prepararse. Juan se transforma en un precursor, un preparador de caminos. Da paso a otro más esencial, el que todos están aguardando. Juan es solo el precursor: “Juan les respondió: – Yo no soy el Mesías. Le preguntaron: – ¿Y qué? ¿Eres Elías? Ha dicho: – No lo soy. – ¿Eres el Profeta? Él respondió: – No. Soy la voz que clama en el desierto: – Allanad el sendero del Señor. bautizo con agua; entre nosotros hay uno a quien no conocéis, el que viene tras mí, cuya correa de sandalia no soy digno de desatar
». No es digno. No puede desatarle las sandalias. Es él quien comunica, quien chilla en el silencio del desierto. El que demanda, el profeta que ve alén de lo que ven el resto. Quizás en ocasiones no supo de qué forma elaborar el sendero del Señor, de qué forma enseñar su sendero. Los caminos de Jesús y Juan fueron muy dispares. Había 2 desiertos. El desierto de Juan ocurrió antes de llegar al Jordán. Allí procuró la intención de Dios. Allí se realizó niño, pobre, no se procuraba a sí mismo, procuraba a Dios en su historia. Ahondó en los secretos de su alma. Con temores, con inquietudes, con tantas cuestiones. Se realizó pequeño y comprendió que era solo la voz. Jesús era la palabra. Aprendió a negarse a sí mismo, a abandonar sus derechos. Allí, en la soledad del desierto, intentando encontrar su rostro en el corazón de Dios. El desierto de Jesús fue 40 días y noches antes del comienzo de su historia pública. Todo sucedió una vez que fue bautizado en Jordania. Jesús deseó conocer el sendero y encaró las considerables tentaciones de su historia en el desierto. Allí se halló con su Padre, en silencio. Allí se llenó de la fuerza de Dios para arrancar un nuevo sendero. El Adviento y la Cuaresma están marcados por el desierto. Para la soledad y la búsqueda. En el desierto podemos encontrar nuestras pérdidas y selecciones. Juan y Jesús han tomado caminos muy dispares, pero los dos precisaban el desierto. Sin ese desierto, quizás no habrían comprendido su historia. Se abandonaron a Dios. Confiaron en su corazón misericordioso. En el desierto se realizó luz en sus ánimas. Entendieron, han comenzado a vivir la vida que Dios había soñado para ellos. Jesús empezó su sendero y compartió la vida de los hombres como eran. Uno se encontraba hecho. Comió con los hombres, con los pecadores. Viví con ellos. Juan comprendió que su historia comenzaba y terminaba en el Jordán, al lado de un río. Allí se halló con Dios, predicando el perdón de los errores, invitando a la conversión, vistiendo pieles, comiendo miel y bayas. Juan tenía sus acólitos, esos que procuraban la conversión de corazón como él. Deseaban cambiar sus vidas y sabían que debían liberarse de todo cuanto quedaba. Se encariñaron con Juan, comprendieron su mensaje. Jesús pasó entre los hombres disculpando con sus ojos, con sus manos, con su sin limites clemencia, con su palabra. Asimismo rompió los esquemas de su pueblo. ¿De qué manera podía perdonar errores el que era solo un hombre? Son las visibles paradojas de Dios. Siempre y en todo momento sobrepasa nuestras esperanzas. Juan vio que su historia acabaría en el momento en que pudiese apuntar al Cordero de Dios entre los hombres. En el momento en que lo logró, en el momento en que dejó que sus acólitos prosiguieran los pasos de su profesor, una alguna melancolia llenó su corazón. ¿No podía proseguir al profesor? Nosotros no lo comprendemos. Juan fue solo el precursor. Un signo de la clemencia de Dios. Un marcador lleno de luz en la mitad del sendero. Juan logró suya la intención de Dios y aceptó la carga de la misión. Él se encontraba allí para mantenerse oculto, para sepultar su historia para toda la vida en las aguas del Jordán. No precisaba tener temor. Su historia tenía sentido. Un sentido inmenso y poderoso. ¿Probablemente halla algo más esencial que ser la luz que apunta la existencia de Dios? ¿Quién era Juan? La voz, la luz, la promesa. El hombre mucho más leal y noble. El hijo confiado y cariñoso. Juan siempre y en todo momento me ha feliz. Tu soledad, tu abandono. Tu grito de prisión. Solo desea entender si su historia tiene sentido. ¿Tiene sentido una vida esconde? En ocasiones el planeta nos hace meditar que no. Eso solo cuenta con lo que ves. Eso solo cuenta a los que llenan los primeros sitios. El que triunfa, el que triunfa. El directivo general, el presidente. Juan es el antihéroe del cine. Los no reconocidos. El que absolutamente nadie prosigue. Solo en la prisión. Pero feliz, por el hecho de que no debí aguardar mucho más. Juan reconoció a Jesús. Él mismo era pobre, no se procuraba a sí mismo, no deseaba los primeros sitios. En el desierto, en su corazón anhelante, su luz no se confundía con otras luces, con otras fuentes. No deseaba resaltar, no era nada. Aprendió a vivir escondido, en el fondo, aguardando. Al final su historia podría finalizar. Sus ojos vieron al Salvador. No fue un acólito de Cristo, pero fue su precursor.
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1.- El interrogante existencial: ¿Por qué razón estoy vivo?